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EDITORIAL DE LA UNIVERSIDAD ESTATAL A DISTANCIA
En aquellos días extraños de la pandemia de la covid, cuando el mundo se había vuelto un lugar surrealista y las mascarillas eran parte de la rutina, me encontraba en el rol más inesperado: un profesor de la UNED. Mi misión, en medio del apocalipsis, era evaluar a un grupo de estudiantes a través de Moodle y, como si no fuera suficiente con la incertidumbre global, la tormenta que rugía afuera hacía que la señal de Internet fuera más inestable que las emociones de un adolescente en plena cuarentena.
Encendí mi computadora, que ya mostraba signos de agotamiento tras meses de uso intensivo. Me conecté a Moodle y ahí estaban ellos: un puñado de estudiantes valientes que, a pesar de todo, habían decidido enfrentar el desafío. Vamos a darle, pensé, mientras cargaba el quiz de evaluación.
Los nombres aparecían en la pantalla: María Fernanda, Carlos Alberto y, por supuesto, Juancho, el eterno bromista del grupo. “Profe, ¿esto cuenta para la nota final?”, escribió en el foro de discusión. “Claro que sí, Juancho”, respondí, mientras imaginaba su sonrisa detrás de la pantalla.
Empezaron a llegar los primeros mensajes de ayuda. “Profe, se me cayó el Internet”, “Profe, el quiz no carga”, “Profe, mi gato tiró el router”. Las excusas eran tan variadas como creativas y yo, con la paciencia de un monje tibetano, trataba de resolver cada problema.
María Fernanda me escribió preocupada: “Profe, creo que mi computadora tiene covid, no quiere funcionar”. Me reí en voz alta y le respondí: “Tranquila, Mafe, tu compu solo está cansada, al igual que todos nosotros”.
Carlos Alberto, siempre el más serio, envió un mensaje diciendo que no encontraba una de las lecturas. Le respondí enviándole el enlace correcto, mientras pensaba que, en tiempos normales, estaríamos todos en el aula, quejándonos del calor y la falta de aire acondicionado.
Finalmente, Juancho envió un mensaje que me hizo detenerme: “Profe, si el apocalipsis llega, ¿seguiremos usando Moodle?”. Me reí y pensé en todas las veces en que nos habíamos quejado de la plataforma, de sus fallas, de su lentitud, pero también pensé en cómo, a pesar de todo, nos había permitido seguir adelante, mantenernos conectados y no perder la esperanza.
Terminé de corregir los quizzes mientras la tormenta arreciaba afuera. Cada respuesta era un pequeño triunfo, una señal de que, a pesar de todo, seguíamos adelante. Cuando apagué la computadora, me quedé pensando en la pregunta de Juancho. ¿Qué haríamos en el apocalipsis? ¿Seguiríamos evaluando, aprendiendo, soñando?
Quizás nunca lo sabremos, pero una cosa era segura: mientras existiera la voluntad de aprender y enseñar, siempre encontraríamos una forma de seguir adelante, incluso en los tiempos más oscuros y, con esa duda en la mente, me fui a dormir, esperando que el nuevo día trajera un poco más de claridad.
[i] Funcionario de la UNED
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