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EDITORIAL DE LA UNIVERSIDAD ESTATAL A DISTANCIA
Luego de dos días de foro, se ha tocado la mayoría de temas sobre los que en efecto debemos estar trabajando. Desde mi punto de vista, hablaré desde la perspectiva de Costa Rica, de los retos que afrontamos. No dudo de que hay muchas cosas en común entre nuestras casas editoriales, tanto en las fortalezas como en las limitaciones, pero sobre todo, lo que quisiera plantear es aquello a lo que aspiro en EDUPUC, la red de Editoriales Universitarias Públicas Costarricenses.
Me centraré al menos en tres ejes: 1) ¿por qué el acceso abierto es solo el comienzo? La ciencia abierta es una red integral que supera la simple gratuidad. 2) ¿Cómo transformar paradigmas? Pasar de un modelo individualista al colaborativo, tomando ejemplos como la traducción o la evaluación abierta. 3) Relevancia social de la ciencia.
Si en este momento preguntara: ¿cuántos de ustedes creen que la ciencia abierta es buena, deseable y necesaria? Probablemente, la mayoría levantaría la mano. Pero si preguntara: ¿cuántos han integrado plenamente la ciencia abierta en su práctica editorial? ¿Cuántos publican y promueven libros que no solo sean accesibles, sino que reflejen procesos colaborativos o fomenten la circulación abierta del conocimiento? Estoy seguro de que las respuestas serían más tímidas.
Esta brecha entre lo que consideramos deseable y lo que realmente hacemos no es exclusiva de la ciencia abierta. En mi experiencia, al hablar de lectura en talleres o clases, siempre surge el mismo contraste: todos están de acuerdo en que leer es bueno, pero pocos leen con regularidad. Esta analogía, aunque simple, porque reconocemos también que la resistencia a la ciencia abierta tiene múltiples capas (económicas, burocráticas, culturales), nos sirve para reflexionar sobre la distancia entre nuestras aspiraciones y nuestras acciones concretas,
Marisa de Giusti, en su artículo “Ciencia abierta: el corazón del problema”, plantea una pregunta fundamental en esa misma línea: “¿por qué la ciencia abierta no avanza si todos parecen convencidos de que es buena, útil y mucho más? Una respuesta inmediata es que trabajamos dentro de paradigmas cerrados. Nuestra cultura académica privilegia al genio solitario y los productos finales, como artículos y libros, dejando de lado los procesos intermedios, la colaboración y la construcción colectiva. Esto no es solo un problema de mentalidad, sino un reflejo de cómo medimos y valoramos la producción académica. Mientras las métricas de citación y los rankings sean los principales indicadores de éxito, será difícil justificar el esfuerzo adicional que requiere la apertura.
Claro, por supuesto, hay ejemplos alentadores que desafían este paradigma. Desde los más obvios como los proyectos del genoma humano o el colisionador de hadrones, que dependió de una colaboración internacional abierta, revolucionaron nuestra comprensión de la genética o de la física. Podemos pensar también en otros, como The Polymath Project, que plantea problemas matemáticos que resuelven expertos y aficionados en blogs y foros abiertos.
En el ámbito editorial, iniciativas como las coediciones internacionales de EULAC demuestran que la cooperación puede amplificar la visibilidad de las publicaciones universitarias. Estos casos no son anomalías; son modelos que debemos estudiar e imitar. Desde EULAC, precisamente, se debe avanzar en un fondo colaborativo entre universidades para financiar la distribución, por ejemplo, uno de los retos que hoy sabemos más acuciantes. No solo porque no hay fondos, sino porque carecemos de mecanismos ágiles y eficaces para que los aportes económicos circulen. Súmese a esta red de colaboración, el proyecto Enlazadas. Incentivar redes temáticas que vinculen libros con debates sociales actuales es fundamental y sabemos que este es un proyecto necesario que debe repensarse para que tenga el alcance y el impacto que amerita. Cito también el atlas de la edición universitaria. Y solo ayer, veíamos proyectos fabulosos como el CSIC, que nos expuso Pura Fernández.
Sobre este tema, debe generarse el reconocimiento explícito de contribuciones intermedias, como apuntes de laboratorio o reportes preliminares, por ejemplo; pero también, a los artículos breves de difusión y divulgación, tan escasos y tan urgentes. Y una posibilidad interesante: ofrecer incentivos específicos para fomentar la colaboración, como premios académicos para equipos interdisciplinarios o fondos exclusivos para proyectos abiertos y colaborativos. Creo que el cine, los biopics, especialmente, ofrecen suficientes relatos de cómo los avances siempre son colectivos, lejos del mito de grandes logros producto de estar bajo un árbol de manzana y recibir una fruta en la cabeza. Muy recientemente, la película Joy, sobre la fecundación in vitro.
El papel de las editoriales universitarias en este cambio es central. Sin libros, no hay universidad. Pero no basta con publicar. Necesitamos que esos libros circulen, que generen conversación y que lleguen a audiencias diversas. En este sentido, las editoriales no pueden ser vistas como imprentas o vehículos para acumular puntos en escalafones académicos. Deben ser nodos de interacción entre el conocimiento y la sociedad. Deben aspirar a ser relevantes en la discusión pública; deben, más que ser parte del zeitgeist, generar ellas mismas un zeitgeist.
Para lograrlo, es fundamental priorizar calidad sobre cantidad. Como decía una campaña en Costa Rica: “Tenga los hijos que pueda hacer felices”. Esto es algo que enfrento en la Editorial de la Universidad a Distancia, donde a menudo tengo que no hay libros menos importantes que otros. Las editoriales necesitan tiempo, recursos y estrategias claras para producir libros relevantes y asegurarse de que tengan un impacto tangible. Esto requiere repensar las métricas que usamos. ¿Por qué no reconocer los procesos colaborativos o los datos abiertos como logros académicos?
Un caso concreto es el de las traducciones. ¿Por qué no valorarlas?, pues son esenciales para la difusión global del conocimiento? Traducir no solo conecta ideas entre idiomas, sino que amplifica la circulación del conocimiento. Sin embargo, en la academia o la literatura, los traductores suelen ser invisibles. Raramente aparecen en portadas o bases de datos, y su trabajo no es reconocido como una contribución académica. Este es un ejemplo puntual de cómo los regímenes de carrera profesional deben flexibilizarse para incluir formas diversas de creación y comunicación del conocimiento. Se debería otorgar puntos académicos específicos para traducciones y crear un catálogo regional de traducciones prioritarias en ciencia abierta. Y por supuesto, asegurar que los nombres de las personas traductoras aparezcan en portadas y bases de datos académicas. Este es un paso decidido, u obvio, en el camino al multilingüismo.
Luego, necesitamos alfabetizar en ciencia abierta. Así como hemos fomentado una cultura editorial, debemos construir una cultura de ciencia abierta. Esto implica capacitar no solo a autores, sino también a editores, revisores y académicos en general, para que comprendan y adopten prácticas abiertas. La Open Research Europe Platform, por ejemplo, está formando investigadores en este sentido, y es un modelo que podríamos adaptar a nuestras necesidades locales. En los programas de carreras y posgrados se podría implementar cursos obligatorios sobre ciencia abierta.
Finalmente, la ciencia abierta no debe ser un fin en sí misma, sino una herramienta para hacer la ciencia socialmente relevante. Durante la pandemia de COVID-19, la apertura de datos y resultados fue crucial para desarrollar vacunas rápidamente. Pero la relevancia social va más allá de crisis puntuales. Implica crear alianzas con comunidades, traducir investigaciones complejas a un lenguaje accesible y promover proyectos que aborden problemas locales. Pensemos en un proyecto como Zooniverse, una de las plataformas voluntarias y colaborativas más extensas, en las que se avanza en zoología, biología o historia.
Se puede pensar en talleres de co-creación entre científicos y comunidades para resolver problemas locales (como gestión de los recursos naturales) e impulsar publicaciones populares que traduzcan investigaciones abiertas a un lenguaje accesible para audiencias no especializadas. En ese sentido, vale la pena mencionar la Colección Gabinete de Curiosidades de la Editorial de la Universidad de Guadalajara. O el que nos mencionaba ayer Sara Corona, como parte de Calas, sobre trabajos breves donde un estudiante es el autor principal y, un profesor, el secundario.
Como sugiere Michael Tomasello en Origins of Human Communication, la cooperación fue lo que permitió el surgimiento y desarrollo de las sociedades humanas. La ciencia abierta nos da una oportunidad única de retomar o mantenr ese modelo. Si queremos avanzar más allá del acceso abierto, debemos construir una red integral de colaboración, inclusión y relevancia. Y para eso, nosotros, como editores universitarios, estamos en una posición privilegiada para liderar el cambio.
* Participación en el XI Foro Internacional de Edición Universitaria y Académica: Ciencia de ida y Vuelta, Feria Internacional del Libro de Guadalajara, martes 3 de diciembre de 2024.
Escritor, editor, crítico literario, traductor y catedrático. Director editorial de la Editorial Universidad Estatal a Distancia, representante de EDUPUC en la mesa directiva de EULAC.
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