Un "piolet", el de Ramón Mercader

Presentación de "La herencia del asesino" durante la FILCR 2018

La herencia del asesino es uno de los puntos altos de la narrativa costarricense del año en curso. Con la sutileza que brinda la literatura, la novela constituye un gesto histórico, una puerta a la izquierda que, al atravesarla, derrama imágenes presas de la nostalgia, escenas de otros tiempos.

Años atrás topé con la suerte de que, mientras visitaba el Museo León Trotsky en Coyoacán, México, me atendiera personalmente el nieto del revolucionario soviético. Esa mañana me contó las vicisitudes de la temporada junto a Diego y Frida, del enorme temor que invadió a su abuelo en los últimos años de vida y de lo que era pasar los días siendo visitado por otros revolucionarios del mundo, personajes camuflados que traían noticias lejanas empapadas todas de la paranoia estalinista. Desde entonces, la historia de Ramón Mercader y su piolet viajando hacia la cabeza de Trotsky se convirtió en una narrativa familiar para mí, de esas que revolotean en las noches de tragos o en el café entre tías. La novela La herencia del asesino, de Marjorie Ross, me llega como una pieza que faltaba a esa historia.

Con una óptica novedosa, Ross recorre de manera retroactiva la vida de Ramón Mercader, aunando a esta, la de una mujer cercana al patriarca cubano Fidel Castro y cuyo desenlace muestra ramificaciones familiares que permanecen tan oscuras como titulares. La fascinación por la reconstrucción de personajes vinculados al espionaje es una constante en la obra de Marjorie Ross. Anteriormente, su atención se había centrado en el agente lituano de la KGB Iósif Griguliévich, llegando ahora a uno de los engranajes de la inteligencia soviética de mayor fama en el siglo XX, Ramón Mercader.

La herencia del asesino

 

 

 

 

 

 

 

 

La herencia del asesino

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Presentación de "La herencia del asesino" durante la FILCR 2018

De Mercader, Ross da una versión ambigua y distendida. Un Ramón ya viejo, confundido entre los recuerdos de la cárcel, sus necesarios cables al exterior y el no siempre cómodo ambiente cubano, se desenvuelve en esa pequeña patria atravesada por el recuerdo soviético y las formas de un siglo que ahora parece extraño. Asimismo, el personaje es un artilugio de recorrido de la historia política del siglo XX.

Desde la Revolución de Octubre, pasando por la Guerra Civil española y desembocando en la Segunda Guerra Mundial, el recuerdo de Mercader nos obsequia, vía Ross, un pormenorizado e íntimo acercamiento a estos escenarios. Aquí el temple religioso de la militancia política se cuela para conocer el anhelo de las victorias rojas en occidente, y la necesidad de entregar la vida en cada guerra como tributo a la más esplendorosa de las ideas.

Este esplendor que invade a Mercader en su juventud es herencia y sujeción materna. Mercader es comunista, como un cristiano asiste a la congregación, no hay campo para la duda. No obstante, este monolítico convencimiento va cediendo a lo largo de la novela, como metáfora de un proyecto en decadencia, un proyecto cuya luminosidad se nubló, para dejar a la utopía y a la conquista de un futuro alternativo en puntos suspensivos, que amenazan con desvanecerse también. Esta decepción es magistralmente localizada por la escritora en el cuerpo y afecto de Ramón Mercader, dotando a la novela de un carácter global y de una síntesis del desplazamiento entre siglos.

La erudición por la gastronomía que acompaña a Ross en su vida es un detalle no menor en la novela. La aparición de Fidel en uno de los extractos está marcada por la necesidad del Comandante en Jefe de alimentar al pueblo cubano, así como del gusto especial de este por hacer gala de sus capacidades culinarias. La escena es tajante y da a la comida el protagonismo de jueza histórica, Trotsky es puesto como un incipiente catador de alimentos, un perfecto imbécil para la vida, mientras Fidel y Ramón se carcajean investidos por una autoridad gustativa, como los vencedores de la historia.

Otra de las particularidades de la novela es la inclusión en esta de las ilustraciones de Joaquín Rodríguez del Paso. Ciertos capítulos del texto acaban con una plástica que sirve para expandir la posibilidad de conjeturas sobre lo leído. Este elemento visual traza algo extraño del texto que no termina necesariamente de acomodarse, aunque, considero, no es esa su intención. En cualquier caso, ¿no es más oportuno para el recorrido del texto que ese ensamblaje falle? Más de una vez me detuve a inventar palabras en torno a la imágenes, haciendo aún más íntima la experiencia con la historia.

En suma, La herencia de un asesino es uno de los puntos altos de la narrativa costarricense del año en curso. Con la sutileza que brinda la literatura, la novela constituye un gesto histórico, una puerta a la izquierda que, al atravesarla, derrama imágenes presas de la nostalgia, escenas de otros tiempos.

La herencia del asesino
Presentación de "La herencia del asesino" durante la FILCR 2018