Decir la identidad (La palabra de un pueblo): Refranes y dichos en el habla popular costarricense

A propósito del libro “Refranes, dichos y dicharachos de ayer y de hoy” de Zulay Soto Méndez

 

Melvin Campos Ocampo*

Refranes, dichos y dicharachos

La preocupación por la identidad nacional surge con el siglo XIX, de la mano del movimiento artístico que motivó a genios como Blake, Goya, Turner y Doré: el Romanticismo. De hecho, son los primeros románticos —como Goethe y Schiller en la Alemania de fines del siglo XVIII— quienes acuñan el término inicial para esta categoría: el volksgeist, el ‘espíritu del pueblo’.

Lógicamente, a medida que se van conformando las naciones, surge la pregunta por la validez cultural de estas nuevas entidades, de estas patrias. En otras palabras, ¿qué tienen de particular estas naciones? ¿En qué se diferencian una de la otra? Así, la pertinencia de que cada espacio geográfico políticamente limitado sea un ‘país’ se percibe en función de que haya rasgos culturales comunes a los pueblos que habitan un área determinada, o sea, que tengan una misma identidad cultural.

A diferencia del Neoclasicismo, que buscaba construir monumentos a las nuevas naciones y olvidar todo lo que sonara a medieval, el Romanticismo más bien recupera todo lo antiguo, lo revalora pues en ello está representado ese volksgeist. Las ruinas antiguas de castillos y acueductos, son los rastros de ese pasado que les otorga identidad a los pueblos y la construcción de edificaciones que se reapropiaran de esos estilos arquitectónicos antiguos —medievales principalmente, como Neuschwanstein o Westminster— es una nueva forma de afirmar esa identidad histórica.

Por supuesto, a América también llegó esa búsqueda por la identidad, sólo que de forma distinta: dado que, durante la Colonia, fuimos parte de los Reinos de Indias, en realidad, nunca tuvimos que diferenciarnos entre nosotros. Éramos de España y punto. Así, cuando nos independizamos y empezamos a conformar naciones, tuvimos que preguntarnos qué nos distinguía de los demás nuevos países de Latinoamérica.

Así inicia la construcción de las identidades nacionales americanas: inventar banderas, escudos, himnos nacionales, construir museos, bibliotecas, monumentos nacionales, declarar flores, árboles, aves nacionales y, por supuesto, hacer artes nacionales y, siguiendo esa lógica, pues hay que inventar también literaturas nacionales.

Presentación de Refranes, dichos y dicharachos
 

 

 

Presentación del libro "Refranes, dichos y dicharachos de ayer y de hoy" en ICOMOS Costa Rica (junio, 2018) 

 

 

 

 

Aterriza ahora mi digresión inicial en el tema que nos convoca hoy. De la mano de Magón y Aquileo, la incipiente la literatura costarricense exploró el habla popular. La intención de representar literariamente el habla propia del costarricense del siglo XIX pasó, sin embargo, por un filtro ideológico y ese enfoque inicial fue burlesco, más que otra cosa. El costarricense retratado fue un labriego sencillo —y entiéndase el adjetivo ‘sencillo’, con su uso peyorativo popular—. El hecho de que nuestro Premio Nacional de Cultura se llame “Magón” evidencia el peso histórico que ha tenido en Costa Rica la interpretación del campesino como un personaje ridículo, indigno y execrable.

No obstante, aunque Magón se burla del campesino, el habla popular representada en sus textos es bastante fiel como registro lingüístico de una época. En Magón mismo, fundador de la literatura costarricense, está presente la idea de que lo nacional habita en el lenguaje. Decimos nuestra identidad. La forma en que hablamos nos identifica.

De hecho, el heredero más directo de ese costumbrismo inicial es don Carlos Gagini, no casualmente, el primer filólogo en recopilar un Diccionario de costarriqueñismos.

Gagini además guarda un lugar preponderante en la historia de las letras ticas por haber participado en la Polémica sobre el Nacionalismo en Literatura, a inicios del siglo XX. Gagini defendía lo costarricense, nuestro paisaje, gente y cultura, como materia prima para una literatura nacional, frente a Ricardo Fernández Guardia, quien renegaba de lo tico como material literario. Basta echar un vistazo a la literatura costarricense para darse cuenta de cuál bando prevaleció.

Presentación de Refranes, dichos y dicharachos

 
 
 
 
Presentación del libro "Refranes, dichos y dicharachos de ayer y de hoy" en ICOMOS Costa Rica (junio, 2018) 

 

 

 

 

En efecto, la búsqueda por lo identitario en la palabra popular marcó la literatura costarricense, desde el burlesco Magón hasta el tono más serio de Carlos Gagini, Joaquín García Monge, José Marín Cañas, Carlos Salazar Herrera, Calufa, Fabián Dobles y Joaquín Gutiérrez. Ya fuera como ejemplo político o como reflexión existencial, el campesino, su forma de vida y su vivencia cultural constituyeron la materia prima de la inicial

En esa tradición se inscribe el texto de doña Zulay Soto: intentar capturar una instantánea de la identidad nacional en la palabra popular y es que lo más difícil de esa tarea es justamente la fluidez del habla. Usos y dichos que identifican a una generación no lo hacen con la siguiente o, peor aún, una generación utiliza una expresión en la escuela y la abandona en el colegio. Por otro lado, si una generación utilizó una palabra de una manera, la siguiente cambiará la palabra y su uso. Mi abuelo me regañaba por decir ‘mae’ ya que —además de que no distinguía entre ‘mae’ y ‘maje’— para él significaba otra cosa que para mí. La RAE por ejemplo no registra ‘mae’, pero sí ‘maje’ y el uso del ‘mae’ es mucho más difundido y estandarizado que el ya moribundo ‘maje’.

Por eso, es tan complicado definir un ‘patrimonio lingüístico’: las lenguas siempre están mutando y las transformaciones en los usos generacionales no suelen mantenerse más allá de algunos años: ‘a cachete’, ‘tukis’ o ‘coparse’ son ejemplos de esa volatilidad del habla.

La tarea más difícil la tienen los miembros de la Academia de la Lengua, pues les toca tratar de distinguir entre los usos momentáneos de algunas generaciones en la escuela y las frases que perduran en el habla popular cuya relevancia se resiste a desaparecer.

Por lo anterior, creo que uno de los rasgos más valiosos del texto de doña Zulay, más que ser un retrato exacto del habla popular, por el contrario, radica en ser un testimonio histórico de la fluidez del habla costarricense. Leyendo este libro, uno se encuentra en él, pero también reconoce cómo hablaban los abuelos, los papás y hasta los más jóvenes. Esa ambición transgeneracional es uno de los rasgos más relevantes del texto.

Presentación de Refranes, dichos y dicharachos

Presentación del libro "Refranes, dichos y dicharachos de ayer y de hoy" en ICOMOS Costa Rica (junio, 2018) 

Por otra parte, la recopilación de refranes que realiza doña Zulay se vincula con otra herencia cultural. Los refranes que lista son concreciones ticas de fórmulas de muy larga data en la evolución del castellano, rastreables hasta los conventos medievales o la propia Roma.

Justamente por ser parte de esa herencia, somos capaces de reírnos con los dos refraneros más famosos de la tradición hispánica: Sancho Panza y el Chapulín Colorado. Sabemos que el refrán encarna una sabiduría popular y podemos descifrar la parodia que realizan Sancho y el Chapulín al subvertir el uso común de los refranes, al invertir (¿pervertir?) esa sabiduría popular.

Sin embargo, más que suponer unos refranes como “ticos”, lo importante de que doña Zulay incluya ese refranero es que reconoce la particularidad costarricense, a la vez que la reconoce inscrita en esa tradición cultural hispánica.

Tal vez los dichos incluidos en el texto son de las muestras más representativas de la productividad lingüística y de la imaginación popular del costarricense. Expresiones como ‘montarse en la carreta’, ‘echarse un tapis’ o ‘amarrar el perro’ siguen tan vigentes hoy como hace sesenta años. De hecho, especialmente esa de ‘amarrar el perro’ tuvo una particular vigencia tras las pasadas elecciones presidenciales y, así, constatamos la validez de estos dichos como parte de nuestro patrimonio lingüístico.

Por último, tengo que anotar que me llamó mucho la atención el uso de la palabra ‘dicharacho’, tanto en el título de doña Zulay, como en el prólogo que hace Giselle Chang, donde le dedica varios párrafos a esta palabra. Es que, para mí, ‘dicharacho’ es una palabra ajena: nunca la he utilizado y nunca la usaré, porque no le encuentro pertinencia en mi léxico. Más bien, uso ‘dicharachero’ porque, para mí, es quien recurre constantemente a ‘dichos’, no a ‘dicharachos’. Lo llamativo de este ejemplo, entonces, es que el propio título del libro nos revela la intención transgeneracional que mencionaba antes sobre el texto y que considero una de sus mayores virtudes.

Con todo, los cambios generacionales en el uso de las palabras también están marcados por un matiz de prestigio: hay usos ‘polos’ y usos ‘correctos’ de las palabras; los jóvenes sienten ‘polo’ o ajeno o antiguo usar palabras de generaciones anteriores. Esto no es algo malo, puesto que es un fenómeno propio de las sociedades y de la evolución de las lenguas, como formas de cimentar una norma y limitar las posibilidades de disolución de los idiomas. Si no existiera una norma, el español acabaría por desaparecer para dar paso a múltiples lenguas nuevas.

Eso sería una verdadera tragedia porque el idioma, nuestra lengua española es parte de lo que somos, de quienes somos. Todo lo que hemos conversado y lo que hablaremos luego pasa por ese filtro, nuestro idioma. Vivimos en la palabra. Intercambiamos y nos conocemos al hablar: me conozco a mí mismo y conozco a los demás mediante la palabra. Somos de, por y en la palabra.

Presentación de Refranes, dichos y dicharachos

 
 
Presentación del libro "Refranes, dichos y dicharachos de ayer y de hoy" en ICOMOS Costa Rica (junio, 2018) 

 

 

 

La hipótesis de Sapir y Whorf, dos famosos lingüistas —y más por la película Arrival—, sugería que la lengua materna configura la forma en que un ser humano percibe la realidad. Si tal hipótesis es cierta, los hablantes del castellano percibimos la realidad de una forma específica, más subjetiva y más subjuntiva y la lengua nos diría quiénes somos. Registrar estos cambios en la evolución de nuestro idioma y de los usos particulares que tenemos los costarricenses nos habla entonces de cómo ha cambiado nuestra sociedad y cómo hemos cambiado nosotros, pero también nos revela cuáles son las constantes en nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos. En última instancia, nos dice qué es eso que se ha mantenido constante en Costa Rica desde las generaciones anteriores hasta las actuales. La transformación del habla nos dice nuestra identidad.

Esa reflexión —la pregunta por la identidad—, por más que algunos postmodernos quieran calificarla de arcaica, sigue teniendo validez. No sólo por nuestros aciagos tiempos de globalización cultural, deslocalización y migraciones, sino porque es una pregunta existencial básica: la definición del yo personal y, por consiguiente, del yo colectivo. La definición del volksgeist, lo propio de un pueblo está en su palabra.

 

*Presidente de ICOMOS Costa Rica y docente de la UCR.